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El yodo en la alimentación

Publicado por Ángeles Méndez

El yodo es un elemento químico perteneciente al grupo de los halógenos, el cual es un oligoelemento para los seres vivos, funcionando como nutriente esencial, y pudiendo ser encontrado de forma natural en el organismo.

El yodo se necesita en el organismo para el correcto funcionamiento del metabolismo celular, siendo esencial para el correcto funcionamiento de la glándula tiroides, así como para la fabricación de hormonas tiroideas. Dicho oligoelemento participa en el correcto crecimiento, tanto físico como mental, además de participar en el sistema circulatorio, así como en los tejidos de tipo nervioso y muscular.

Entre otras formas, el yodo entra en nuestro organismo también y especialmente por la dieta, siendo la sal yodada la fuente más importante y común de yodo, el cual se encuentra a disposición en innumerables productos de origen marino y algunos vegetales, sobretodo aquellos que crecen en suelos con bastante presencia de yodo, así como en los productos lácteos.

El yodo además, es usado para frenar hemorragias y curar heridas, pues desinfecta matando posibles bacterias que se encuentren en una herida. A pesar de todos sus beneficios para nuestra salud y cuidado, el yodo a su vez es altamente venenoso, no pudiendo superarse una cantidad concreta diaria, y teniendo especial cuidado en la formación e inhalación de sus vapores.

La falta de yodo tiene lugar en zonas con carencias de dicho elemento en el suelo, lo que puede provocar que la dieta de la zona sea pobre en yodo. Un periodo prolongado, de unos meses, con deficiencias de yodo puede provocar la inflamación y crecimiento de tamaño de la glándula tiroides, dando lugar a enfermedades como el bocio o hipotiroidismo. Además, hay que tener en cuenta que el déficit de ingestión de otros elementos, como el zinc, afecta al efecto del yodo sobre nuestro organismo, en muchos casos impidiendo su correcta absorción. De igual modo existen sustancias no dañinas para el cuerpo que afectan de igual manera, ya sea a la absorción, como a la secreción de hormonas de la tiroides.

Pero hay que tener en cuenta, que si los niveles de ingestión de yodo no son alarmantemente bajos, dichos elementos no interferirán en su correcto funcionamiento, pues lo único que hacen es acentuar el déficit. La cantidad que debemos consumir a diario, ronda los 200 mg, siendo cambiante dicha necesidad, en embarazadas y mujeres lactantes, en las cuales la necesidad aumenta.

Así como un déficit de yodo es negativo, un exceso de éste también, pues si ingerimos en grandes cantidades sal yodada y alimentos como algas marinas, seguramente superemos los límites necesarios, creando situaciones negativas bastante complejas que llevan a la destrucción de la glándula tiroides, provocando alteraciones como hipertiroidismo o incluso cáncer. El correcto funcionamiento del tiroides puede ser diagnosticado con un simple y rutinario análisis de sangre.

El metabolismo del yodo en el ser humano empieza cuando se ingiere dicho oligoelemento, y éste se absorbe en el intestino delgado proximal, pasando al torrente sanguíneo donde es atrapado por distintos órganos para los que es necesario, como puede ser no solo la glándula tiroides, sino también el estomago, o el riñón.